El respeto es una condición incuestionable de la que eres merecedor en tierras niponas hasta que se demuestre lo contrario.
He podido ver a lo largo del tiempo como los japoneses respetan a los demás de manera escrupulosa sin necesidad, de antemano, de ostentar grandes méritos. En cambio, también he visto cómo pueden ignorar prácticamente la presencia de alguien que perdió el privilegio de ser tratado con devoción. Privilegio que se pierde cuando no eres capaz de apreciar la inmensidad de matices que en cada gesto, detalle o situación arrojan información sobre quien eres.

María y yo hemos intentado aprender todo lo posible sobre cómo mantener y aumentar la calidad de nuestros lazos con los anfitriones que cada viaje nos ayudan a ser mejores. Conscientes de haber cometido errores en el camino, tengo la sensación de que los japoneses que nos han conocido han sabido apreciar esos esfuerzos y los han valorado hasta el punto de considerarnos, en muchos casos, «amigos» a pesar de la distancia que marca el idioma. Quizás este hecho es el que más satisfacción personal me produce.

En este viaje, he tenido el privilegio de viajar de nuevo hasta IPU (International Pacific University) en Okayama acompañado de María, sus once compañeras de equipo nacional español (Cinti García, Laura Martínez, Ana Pérez, Laura Bajo, Estrella López, Tecla Cadilla, Critina Cabañas, Isabel Puche, Ángeles López, Saray Padilla, Sara Rodríguez) y la tica Diana Brenes. Gracias a las buenas relaciones establecidas con los dirigentes del deporte de la Prefectura y la ciudad de Okayama, así como de la citada universidad, en la que siempre entrenamos, hoy el equipo nacional disfruta de unas becas que han facilitado su estancia durante diecisiete días en uno de los mejores, si no el mejor, lugar de entrenamiento para el judo femenino en el mundo.

A pesar de todos los esfuerzos realizados por entender la cultura japonesa, y de los avances que María y yo hayamos hecho, no puedo ocultar mi curiosidad por comprender la dimensión del trato que en este viaje hemos recibido como expedición representante de la Real Federación Española de Judo y D.A.

Nuestro equipo es tratado a diario con la máxima delicadeza posible, eso sí, hasta que comienzan los randoris donde el nivel de exigencia que imponen las judocas de IPU a nuestras chicas es absolutamente abrumador. Desde nuestra llegada al aeropuerto internacional de Osaka (KIX: Kansai International Airport) los responsables del proyecto que nos ha traído hasta aquí han estado día y noche pendientes de que todos estemos confortables.

El alcalde de la ciudad y demás responsables nos han recibido con honores, nos han regalado cestas inmensas de frutos de la zona, bebidas isotónicas para entrenar, sonrisas, palabras de elogio y manifestaciones de cordialidad con propuestas de proyectos futuros para continuar con este tipo de concentraciones subvencionadas por ellos. Para que las chicas pudieran relacionarse, han organizado otra fiesta en la planta más alta del Hotel Plaza de Okayama (donde nos alojamos algunos días) con vistas al imponente Castillo de Okayama y a Korakuen Garden (uno de los jardines más famosos de Japón) con la presencia de seis traductores para nosotros y el aderezo de comidas y bebidas típicas.

Yo, que descubrí hace más de cinco años esos lugares, nunca hasta ahora había podido contemplarlos desde tan alto. La primera vez, nos conformamos con rodearlos montados en unas bicis. En años posteriores, conscientes de su belleza los disfrutamos desde dentro. Y hoy, me encuentro mirando desde arriba, rodeado de traductores, políticos y amigos que ofrecen a mi gente, a nuestro equipo, lo mejor que tienen antes de despedirlas para que descansen en sus habitaciones individuales. Y no puedo dejar de preguntarme: ¿Por qué nos tratan así?

Desde nuestra manera de entender la vida, este trato se justificaría si nuestro equipo estuviera compuesto de innumerables campeonas del mundo y olímpicas. Quizás eso nos ayudaría a entender las cosas; un interés por mejorar su nivel deportivo les hace desplegar todos sus encantos para conquistarnos. Pero la realidad es que desgraciadamente, hoy en día, no gozamos de esos títulos entre nuestras chicas. Además el tatami dicta justicia cada día en el dojo y puedo asegurar que en el Jita Kyoei, nuestro equipo recibe sin duda más de lo que da, como ya pasara en años previos en los que venía solo con María (y algunas compañeras y compañeros de club).

Entonces, ¿Dónde está la clave? ¿Por qué hoy gozamos de esta experiencia de manera tan especial? ¿Por qué quieren firmar un convenio con la RFEJYDA para becarnos cada año? ¿Por qué quieren que realicemos una concentración preolímpica con las chicas clasificadas en días o meses previos a los próximos JJOO? ¿Cómo pueden estar preocupados ya por una concentración que se realizará dentro de más de tres años?

Después de darle muchas vueltas, creo tener alguna respuesta a la pregunta que abría este texto: ¿Por qué nos tratan así?
Quizás porque son mejores aún de lo que pensaba. Es un ejercicio más de humildad, de entrega, de dedicación. Es un intercambio desinteresado en el que no se cuantifica quién aporta más. Es un acto de generosidad que les ayuda a crecer profesional, personal y deportivamente. Es un llamamiento de la sociedad japonesa hacia nuestro país, hacia el mundo, en el que piden a gritos que entendamos su intención de abrirse a otras culturas, a otras maneras de entender las cosas. Es un síntoma más de que el espíritu olímpico habita en la sociedad de este país y tal vez también una manera de decirnos que la elección de Tokyo 2020 no fue un error.

Tal vez, esas respuestas son solo elucubraciones mías, pero lo que son hechos objetivos son las posibilidades que se nos ofrecen para la mejora de nuestro equipo nacional desde ahora en adelante, eso sí, siempre que seamos entregados y estemos dispuestos a ser cuidadosos hacia sus costumbres y manera de entender la vida.
Visto así, no parece un precio demasiado caro… ¿Firmamos?